Jean Baudrillard

En Cultura y Simulacro, Jean Baudrillard recuerda un cuento de Jorge Luís Borges sobre un mapa que tenía un grado de exactitud y tamaño tan grandes, que cada puntos del mapa coincidía exactamente con el punto geográfico que se buscaba señalar. Un mapa pues con la extensión del planeta entero, mapa en el que para ver Pekín, había que irse hasta china, no un mapa de esos en los que para ver dónde queda Pekín basta con sacar un atlas de una cajón o buscar una versión electrónica. El territorio ha dejado lugar al mapa, dice Baudrillard. Mapa y territorio son unívocos, indisociables. Ël mapa no es otra cosa sino la representación del territorio, su simulacro, y sin embargo, en el universo del cuento borgiano, el mapa es el territorio mismo. Bien, el talento de Baudrillard se basa en usar este relato delirante de Borges y aplicarlo a la teoría comunicacional. Al marco mediático, y la forma en que los medios colaboran a la generación de lo que Baudrillard llama Hiperrealidades (el prefijo Hiper determina aumento de algo: el hipertexto por ejemplo anula al texto por saturación; esa es la razón por la cual las computadoras no colaboran con la capacidad menotécnica y de atención en los estudiantes, porque aunque lean un libro de química funcional, lo que están leyendo es un hipertexto, una pantalla que brilla y tiene letras y opciones por todos lados.) El hecho de la Hiperrealidad a la que Baudrillard hace referencia es que el mundo ha dejado de ser tal como si mismo, para pasar a ser su representación. No hay cosas, sino la representación que nos hacemos de ellas mismas. Recordemos a Ludwig Wittgenstein: "mi mundo llega hasta donde mi lenguaje llegue", y tendremos un clarísimo ejemplo de cómo la representación es más la cosa que la cosa en sí misma.

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